
Escribí Con los ojos desteñidos por el viento en un estado de ánimo muy distinto al que tengo ahora. Sentía de verdad que la vida se me estaba escapando y que no era capaz de parar para apreciar las cosas importantes.
En este último año he hecho un verdadero esfuerzo para cambiar esa sensación y lo he conseguido, en parte, gracias al hecho de volver a escribir en serio.
Estoy mejor, aunque la exposición que supone publicar un libro de poesía y promocionarlo en las redes no es nada fácil de llevar para alguien como yo.
A veces, siento pánico y un deseo incontrolable de camuflarme entre la multitud y que nadie vuelva a reparar en mí nunca más. Especialmente, cuando el libro lo lee alguna persona a la que admiro. Temo su condescendencia, incluso su desprecio.
Pero luego, me llama una amiga o un familiar y vuelvo a encontrarme con personas que están desesperadas, agobiadas, sobrepasadas por un día a día abrumador y pienso que quizás ha merecido la pena. Aunque solo sea porque alguien al leerlo no se sienta solo o sola en su torbellino.
Ya sé que el libro no es perfecto, pero creo que es un buen comienzo. Es una obra meditada, cuidada y escrita desde la honestidad. Es un libro para repensarse y redescubrirse (“¿Cuántos yoes soy yo?”) y, si es posible, reparar los daños que una vida enloquecida nos va haciendo.
Si sirve para que otros u otras se den cuenta de que están equivocando el camino, de que tienen que parar y liberarse de lo superfluo, me daré por satisfecha.
Poesía para no sentirse solo. Es fundamental.