Café con amigas

       Me gusta el café amargo y caliente.

       Antes me gustaba tanto que tuve que dejarlo un tiempo.

       Me gusta el café por la mañana, en el instituto, aunque es de máquina.

       Me gusta el café a media tarde, en cualquier cafetería de Madrid o del pueblo.

       Me gusta el café a solas, a veces.

       Pero, sobre todo, me gusta el café con amigas.

       No sé si es por casualidad, pero la mayoría de mis amistades son mujeres.  Tengo mucha suerte, porque a las de nuestra generación no nos enseñaron precisamente sororidad.

       Me gusta cuando leo a Ana de @mujeresrebeladas y habla de la hermandad entre las mujeres mayores de su pueblo. Yo lo veo en el mío, en algunos casos.

       Aun así, la mayoría de esas mujeres han buscado esas amistades ante la ausencia del hombre; ya sea porque son viudas, divorciadas, solteras o porque su marido no quiere salir de casa, del campo o del bar de la esquina.

       A esas mujeres no las enseñaron a ser amigas. Su misión era casarse, tener hijos y ocuparse de la casa. No era una buena idea que anduvieran por ahí tomando café con otras. Ese espacio de esparcimiento, confidencias y apoyo resultaba peligroso.

       Yo recuerdo de niña cómo se criticaba a Fulanita o a Meganita que  todas las mañanas se tomaba su café con otras madres después de dejar a los niños en el colegio. “No tendrán nada que hacer en su casa”, decían. Se insinuaba que eran vagas, que tenían la casa sucia o abandonada, que gastaban dinero en sus gustos, etc. Molestaba que pensaran en sí mismas, aunque solo fuera el mísero rato de un café.

       Afortunadamente, a pesar de que crecimos en aquel ambiente, la mayoría hemos sido capaces de escapar de él.

       He ido haciendo amigas a lo largo de toda mi vida y he compartido con ellas cafés, cervezas, paseos y muchas cosas más. Algunas siguen ahí desde hace muchos años. A otras las veo de vez en cuando y es como si no hubiera pasado el tiempo. Con dos o tres hace siglos que no coincido, pero, aunque solo hablamos por redes, las siento cerca en muchas ocasiones.

       La conversación con una amiga, cuándo, cómo y dónde nos dé la gana es un espacio conquistado. Parece poca cosa en el enorme y complejo mar de la lucha feminista, pero no lo es. Para muchas no fue posible. Mantenernos separadas y enfrentadas no era más que otra forma de controlarnos.

       Ese grupo de amigas que se reúne en un bar, en una cafetería o en un restaurante, cumplidos ya los cuarenta años, porque les da la gana; para hablar, para reír, para desahogarse, o para lo que sea, es un grupo de pioneras.

       A las mujeres jóvenes puede parecerles una tontería y eso es maravilloso, porque significa que ni se plantean que no fuera posible en algún momento o que pudiera estar mal visto.

       Escribiendo esto se me ha ido quedando el café frío, pero no importa, porque tengo unos cuantos pendientes con mis amigas.

 

A mis amigas                                                                                   Con los ojos desteñidos por el viento © 

Hemos sido

esfuerzos infinitos.

Posibilidades y sueños

sin desembalar.

Hemos sido

tardes de bar

buscando

quemar la soledad

y ahogar la incertidumbre.

Hemos sido

valientes,

pioneras.

Hemos sido

nómadas

que arrastran

bolsas enormes

de culpa y de insatisfacción

por los inmaculados pasillos

de la edad adulta.

Y seguimos.

Conscientes

de la herida que sangra

y del viento que ciega.

Erguidas frente al tiempo.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *