Wanderer

        Despertó en aquella habitación desvencijada. Aún era de noche. Por la ventana entraba la luz mortecina de un farola solitaria. No recordaba muy bien cómo había llegado hasta allí, solo pequeños flashes de imágenes que iban y venían de su cabeza.

        Estaba sudorosa. Se acercó al baño y se metió en la ducha esperando que el agua fría rellenara los recovecos obtusos de su memoria, pero fue en vano. Volvió a la habitación secándose con una toalla agujereada, aunque en apariencia, limpia.

        Sus cosas se encontraban sobre la silla descolorida que estaba frente a la típica mesita con espejo. No conseguía recordar si había llegado a aquel lugar sola, ni si había ocurrido algo importante que fuera imprescindible saber en aquel momento. No parecía haber rastro de nadie más allí. Decidió vestirse e intentar regresar a casa. En el bolso estaban las llaves de su coche, la cartera, el móvil… Todo intacto. El teléfono sin batería.

        Abrió la puerta. Estaba en un hotel. Debía de ser muy tarde, porque no se escuchaba ningún ruido. Segunda planta. Habitación 205. Bajó por las escaleras. La recepción estaba vacía. Salió a la calle. Hotel Wanderer; dos estrellas. Había pocos coches aparcados frente al edificio y uno de ellos era el suyo. Todavía estaba un poco estupefacta cuando casi cae al suelo engullida por el atronador ruido de los motores de un Airbus A350 de última generación a punto de tomar tierra sobre su cabeza.

        Dentro del coche tuvo la primera sensación de realidad desde que se había despertado. Un lugar conocido. Buscó el cargador en la guantera y consiguió encender el teléfono. No tenía ninguna llamada ni ningún mensaje. Activó la ubicación del aparato. Estaba cerca del aeropuerto, aunque para saber eso no le había hecho falta un satélite.

        “Ir”; “Trayectos sugeridos”; “Hotel Wanderer”. Parece que había llegado hasta allí por su propia voluntad, o al menos con el GPS de su móvil. Escribió la dirección de su casa sin darse cuenta. “¡Mierda!”

        Había entregado las llaves al casero aquella misma mañana. Quizás por eso estaba allí. Bajó la ventanilla y encendió un cigarrillo. Fumó despacio, como desconectada del mundo. Estaba cansada. Sacó la llave del contacto y desenchufó el teléfono. “Bip, bip”; “batería baja”.

        Una de las “r” de Wanderer parpadeaba y emitía un débil sonidito eléctrico, para ambientar un poco más el patetismo del lugar. Abrió el maletero. Ahí estaban sus cosas. Sacó la bolsa más pequeña y se dirigió de nuevo a la entrada del hotel.

        (Continuará) o no…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *