
Recepción vacía, escaleras, segunda planta, habitación 205. “¿Y la tarjeta de la habitación?” Rebuscó en el bolso, en la cartera, en los bolsillos de los vaqueros… Nada. Debía de habérsela dejado dentro. Dio la vuelta por el pasillo y volvió a bajar.
La recepción era un espacio pequeño e impersonal. Frente a las escaleras y al ascensor averiado había una mesita de Ikea y unos sofás grises bastante raídos igual de suecos que la mesa. Las puertas que daban al aparcamiento eran dos pesadas hojas de acero con un cristal grueso lleno de pegatinas y con una pátina de polvo que lo volvía traslúcido. En el suelo se filtraba la luz verdosa del cartel parpadeante.
-¿Hola? ¿No hay nadie?
Solo el parpadeo eléctrico de la “r”.
El lugar estaba en semioscuridad. Había unos débiles leds en el techo que se activaban con el movimiento al entrar y una pequeña lámpara de mesa en la esquina de los sofás.
Dejó la bolsa de deporte con su ropa en el suelo. Estaba muy cansada. Si no había nadie, se sentaría en los sofás e intentaría dormir. Quizás por la mañana todo cobrara sentido.
De repente algo pareció moverse entre las sombras. Se le aceleró el corazón y se quedó paralizada.
-Hola -de entre la oscuridad de la zona de los sofás apareció una muchacha de unos veinte años. Tenía el pelo muy largo y muy rubio y la piel muy blanca. Durante unos segundos dudó de si era una persona real.
-Hola -repitió-. No hay nadie. Yo he entrado por la lluvia-. Dijo acercándose a la luz.
-¿La lluvia? -consiguió articular. No se había dado cuenta de que estaba lloviendo. De hecho, el agua golpeaba con fuerza contra los cristales de la puerta. ¿Cómo no se había dado cuenta…?
-Estoy empapada. ¿No tendrás una toalla o algo?
La chica se había ido acercando. Llevaba una camiseta de tirantes y un pantalón corto y parecía que acabara de salir de la ducha. Estaba tiritando.
-No. No tengo. No puedo entrar a la habitación. Me he dejado la tarjeta dentro. Creo…
-Me estoy helando. Seguro que tienen una tarjeta maestra.
-Ya, pero…
-Abrimos tu habitación y la devolvemos.
-No sé…
-¡Que hubieran estado!
-Ya.
No solía hacer ese tipo de cosas, pero, por lo que fuera, aquel día le daba todo bastante igual. Se acercó a la recepción y rebuscó hasta encontrar la tarjeta.
-Vamos -dijo.
Subieron hasta la segunda planta en silencio. La muchacha con su lánguido aspecto de ahogada de película, detrás.
Habitación 205. Sonido eléctrico al acercar la tarjeta al lector y el clic de la puerta al abrir. Oscuridad, excepto por la luz que entraba por la ventana y un pequeño led junto a la cama.
-Perdón, me he equivocado.
Sentado sobre la cama, con la espalda apoyada contra la pared había un hombre de unos cuarenta años leyendo.
-Disculpe -retrocedió para mirar el número de la puerta y se topó con la muchacha.
-¿Qué pasa?
“205”. Claramente. Era la 205. No se había equivocado.
La chica entró y encendió la luz del baño.
-Me estoy helando. Voy a ducharme.
-Pero…
El tipo había levantado la cabeza del libro. Ella no se atrevía a moverse de la puerta.
-¿Es esta su habitación?
El hombre dejó el libro sobre el colchón con cuidado de no perder la página.
-No lo sé. Imagino que sí. ¿Cómo habéis abierto?
-Con la llave maestra. Yo creía… creo que esta es mi habitación. Bajé un momento al coche y me debí dejar la tarjeta dentro. ¿Cómo has entrado tú?
-¿Yo?
-Sí.
-Me he despertado aquí.
-¿Qué?
-Que me he despertado aquí. Hace un rato. No me acuerdo de cómo he venido. Pero no es la primera vez que me pasa, la verdad, así que…
El hombre parecía cansado. Tenía barba de varios días y una camiseta gris arrugada.
-¿Qué lees? -cerró la puerta y dejó la bolsa en el suelo, junto a la mesita del espejo.
-¿Esto? Estaba sobre la cama -cogió el libro con cuidado y miró la portada-. Kafka en la orilla.
-Murakami.
-Eso pone. ¿Lo has leído?
-Sí.
-¿Y?
-Oportuno.
-¿Oportuno?
-Bueno, oportuno para todo esto, no sé, este sitio…
-Si tú lo dices…
La muchacha salió del baño envuelta en una toalla.
-¿Tienes algo de ropa?
-Sí, en la bolsa.
-Gracias.
La chica abrió la bolsa y sacó una camiseta gastada y unos vaqueros cortos.
-Muy alegre.
-De nada.
-¿Vais de viaje?
-¿De viaje? -se dio cuenta de que la chica pensaba que estaban juntos y, lógicamente, si te alojas en un hotel junto al aeropuerto, vas de viaje. “¿De viaje?”- No, no. Bueno, no sé, creo que no.
-Yo no -dijo él-. A ver, no sé si pensaba ir a algún sitio, pero ya no. Estoy leyendo.
-Ya nos hemos fijado -dijo la muchacha-. ¿Os habéis tomado algo?
-No. No sé. No creo. Yo no sé quién es él -contestó, consciente de lo extraño de la situación.
Decidió sentarse en la silla junto a la mesa del espejo. Nada tenía demasiado sentido, pero aún así, no tenía ganas de marcharse.
(Continuará) o no…