La noria

        Llevo varios días viviendo dentro de mi cabeza. Cuando paso mucho tiempo dentro, me cuesta trabajo caminar, hablar y respirar con normalidad en el mundo exterior.

        Podríamos dividir a las personas entre aquellas que pasan largas temporadas dentro de sus cabezas, como ermitaños en la cueva u osos en hibernación, y aquellas que nunca pisan por allí.  Los cerebros de estos últimos mantienen a sus cuerpos con vida y les permiten hacer razonamientos prácticos y eficaces. Eso es todo, amigos.

        Lo de los primeros es un pelín más complejo. Un cerebro cueva, en el que se puede habitar cierto tiempo cómodamente, pero en el que también es peligroso perderse y no poder salir nunca más al mundo exterior.

        El cerebro cueva está lleno de pasadizos y recovecos, de puertas secretas que conducen a precipicios o a jardines salvajes, de páramos oscuros y fríos, de norias chirriantes que giran sin fin, de mundos paralelos imposibles y de algún pequeño remanso de paz entre el caos.

        Para los que tenemos cerebro cueva, no es una elección pasar algunas temporadas allí. Es inevitable. Cualquier pequeña cosa nos lleva a la abstracción, a la imaginación o al bucle.

        Cuando paso demasiado tiempo dentro, suelo ser un poco torpe en el exterior. Me cuesta discernir realidades, y entro y salgo constantemente en cuanto tengo ocasión. Cuando paso demasiado tiempo dentro, puedo resultar rara, taciturna, incluso molesta. Cuando paso demasiado tiempo dentro, a veces, se me escapa alguna tontería íntima en el mundo exterior que nunca debería haber salido de la cueva (por lo de que se difuminan realidades) y meto la pata.

        Pero también, a veces, cuando paso demasiado tiempo dentro, sale alguna pequeña cosa de verdadero valor; un verso, una idea, una historia, un sueño.

        Es inevitable para mí. Perdonad mis torpezas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *