Loriga, fin y principio

        “Nadie es exactamente lo que otro ama, odia, detesta o admira, a poco que uno lo piense. Él no tiene, en definitiva, culpa alguna de mis delirios, como ningún destinatario de una pulsión amorosa tiene que avergonzarse de que un imbécil decida amarlo.” Cualquier verano es un final, Ray Loriga.

        Pues resulta que darle una oportunidad a Loriga fue una buena idea.

        Debo reconocer que tenía prejuicios hacia él desde hacía mil años. Leí Caídos del cielo en los noventa, como todo intelectualillo de medio pelo de mi generación que se precie y Loriga no consiguió emocionarme. Me pareció pretencioso, falso. No encontré verdad en aquella novelita. Probablemente por mi propia culpa, pero así fue; catarsis cero. Desde entonces, por puros prejuicios, como digo, no había vuelto a leer nada de él.

       El miércoles salí tarde de ese medio infierno valleinclanesco en el que llevo inmersa un par de semanas y, para desconectar de tanto esperpento, decidí evadirme, cual lotófaga de pacotilla, deambulando por los brillantes pasillos de un centro comercial.  Buscaba un libro de René Merino: Está mal, pero se puede empeorar, que me ha parecido estupendo, por cierto; pero también estaba abierta a otras posibilidades (es lo que tiene el verano y el agotamiento mental). Tan abierta estaba que no sé por qué me pareció una buena idea coger el libro de Loriga y echarle un vistazo. 

        En Cualquier verano es un final no hay ya casi rastro de esa pretenciosidad que tanto me molestaba de Loriga. El protagonista es un editor de libros ilustrados (trasunto del propio autor no sé hasta qué punto) que ha pasado buena parte de su existencia sin más aspiración que la de vivir cómodamente sin esforzarse demasiado. Lo encontramos ya en la cincuentena, tras pasar por una enfermedad que ha estado a punto de matarle, reflexionando sobre sí mismo, sobre el amor y sobre el propio deseo de seguir viviendo.

        No consigue el autor librarse del todo de ese mundo “guay” que tanto me toca las narices; que si Nueva York, que si Suiza, que si Lisboa, que si Venecia… En fin. Pero, bueno, digamos que lo he pasado por alto, porque esta novela sí está llena de verdad. Cualquier verano es un final es un libro lleno de la belleza que a veces le otorga a la vida la propia desesperación. Me ha parecido valiente y hermoso. Me avergüenzo de mis prejuicios. Un poco.

        Es posible que no sea un libro para todo el mundo, por su oscuridad o su nihilismo, si queremos llamarlo así, pero es un buen libro. Me alegro de haberme arriesgado.

 

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