Dice Marta Marco Alario, admirada poeta y compañera en estas lides de la enseñanza secundaria, que a ella siempre le tocan los mejores alumnos. Está claro que eso es porque ella debe de ser una gran profesora, porque, lógicamente, alumnos los hay de todos los colores, modelos y precios y siempre te toca un surtidito. Quiero decir que entre los alumnos que nos tocan cada año, como en cualquier grupo humano, hay de todo; personas trabajadoras, vagas, bien educadas, irrespetuosas, buenas y, también (por mucho que nos cueste creerlo a veces) malas. Así que, no, ni a Marta ni a ninguno de nosotros nos tocan siempre los mejores alumnos, ni los peores…
Muchas veces, y de eso me gustaría hablar hoy, la diferencia la hace el profesor.
Los profesores tenemos una enorme responsabilidad en el desarrollo de nuestra labor y no estoy hablando precisamente de la transmisión de conocimientos (que también).
Probablemente esta sea una de las profesiones más complejas con las que alguien se puede enfrentar.
Un profesor no solo debe controlar su materia y mantenerse actualizado tanto en contenido como en metodologías, debe, también, aunque parezca un poco fuerte decirlo así, ser un modelo de valores y comportamiento adulto.
Para mí, un modelo de adulto, no es necesariamente el de alguien perfecto, que nunca duda, que lo tiene todo clarísimo y nunca se equivoca.
Para mí, un modelo de adulto es una persona que es capaz de esforzarse cada día para hacer las cosas lo mejor posible. Alguien que lucha por vivir con coherencia y serenidad, que acepta sus debilidades y sus miedos y no los oculta para parecer falsamente seguro. Alguien que no juzga a los demás, sino que intenta entenderlos y ayudarlos en lo que esté en su mano. Alguien capaz de pensar en el bien común. Alguien capaz de sacrificar parte de su bienestar por el bienestar de otros. Alguien capaz de aceptar el fracaso y seguir, a pesar de los pesares.
Este trabajo puede ser un infierno para algunas personas. Al principio, para la mayoría.
Cuando empiezas a trabajar, la inseguridad; el miedo y la sensación de descontrol te pueden volver loco. Después, si de verdad te apasiona esto, lo vas superando y te vas sintiendo más cómodo en el alambre en el que oscilas cada vez que toca el timbre. Porque, sinceramente, cada vez que toca el timbre, todo es posible, aunque lleves mil años en la profesión.
Como digo, al principio, el infierno es para todos, pero hay algunas personas para las que el infierno persiste. Los motivos son variados, pero muchas veces esto les ocurre a personas que creen que ser profesor consiste solamente en dar sus clases más o menos bien, hacer exámenes, y poner notas. Es difícil disfrutar de esto si no estás dispuesto a implicarte y a pensar en el beneficio del otro y no solo en el tuyo propio.
A lo largo de estos veintitrés años de profesión me he encontrado con todo tipo de compañeros. Algunos, siento decirlo, muy malos. Gente que no debería dedicarse a la enseñanza porque son un peligro público. Pero, también (y son mayoría) con gente maravillosa. Personas incansables que siempre están pensando en cómo hacer las cosas mejor. Compañeros y compañeras que luchan cada día por hacer que las vidas de sus alumnos sean un poco mejores. Personas que utilizan su tiempo libre para dedicárselo a los chavales (preparando las mejores actividades, formándose en las mejores metodologías, escuchando sus problemas, intentando buscar soluciones, hablando con padres, con psicólogos, buscando información para no equivocarse en un caso complicado, etc., etc., etc.).
Y todo esto a cambio de muy poco reconocimiento social, por no decir casi ninguno. Pocas profesiones hay tan denostadas como la nuestra.
Todo a cambio de la sensación del trabajo bien hecho o hecho lo mejor posible. De la sensación de haber intentado ayudar a alguien. Del deseo de cambiar la sociedad para el bien común.
Así que hoy, terminando ya casi el curso; hoy que estamos todos tan cansados; muchos opositando o siendo tribunal. En estos días agotadores en los que estamos todos con los nervios y las emociones a flor de piel, me gustaría dar las gracias a esos maravillosos compañeros y compañeras que me han acompañado todos estos años y me siguen acompañando en esta fantástica aventura que es ser profe.
Hola compañera. Me encanta la reflexión y me anima. Soy amiga de María López de Carrizosa. Y también profe.
Enhorabuena.
Muchas gracias, Begoña. 🙂