Señoras

        Me gusta la mermelada de naranja amarga (la buena, la pija, la del Gourmet de El Corte Inglés) y de vez en cuando la compro por puro capricho. La semana pasada me acerqué a por ella y al ir a pagar tuve una experiencia a la que no le di demasiada importancia, pero que en el momento me resultó incómoda. El dependiente que me atendió, un hombre de unos cincuenta y tantos años, se empeñó en darme conversación, llamándome todo el tiempo “señorita”. Yo no tenía ninguna gana de hablar, pero es que, además, no entendía porque insistía en llamarme “señorita” una y otra vez. Probablemente le resulté antipática, porque apenas sonreí, pagué y me fui.

        Después, ya en casa, le comenté a mi marido la situación. ¿Por qué ese hombre pensó que era más amable conmigo si me llamaba “señorita”? ¿Qué tecla de la adulación pensó que pulsaba al usar ese vocativo con una mujer de 45 años? ¿No está esa expresión llena de estúpido paternalismo?

        ¿Por qué puede ser tan importante para una mujer el que un desconocido la considere joven? Evidentemente, a nadie le gusta demasiado el proceso de envejecimiento. Envejecer implica ciertas miserias físicas que son un fastidio para cualquiera. Pero en el caso de las mujeres hay algo más.

        Una persona de mi edad está probablemente en su plenitud intelectual y aún no ha alcanzado un deterioro físico excesivo. Para los hombres, los cuarenta y tantos o los cincuenta suelen ser años de plenitud personal y profesional y nadie lo duda. Pueden ser aún atractivos físicamente y los años les dan a muchos el atractivo extra de la madurez o la experiencia. Pero, para las  mujeres, las cosas son muy distintas.

        Una mujer puede envejecer siempre que no se le note demasiado. Hay que hacer mil malabarismos para no tener arrugas, ni canas, ni brazos colganderos. El cambio físico que implica la edad es algo traumático para muchas porque parece que seguimos teniendo interiorizada la idea antigua, machista, de que la mujer solo es válida a través de su cuerpo (juventud, belleza, fertilidad) y al servicio de las necesidades del hombre. Es sorprendente que no nos demos cuenta del ninguneo de nuestra parte intelectual, emocional, humana, que implica esa idea y sigamos cayendo tontamente en esa exigencia de juventud y belleza. 

        Por todo esto me parece tan necesaria y excepcional la iniciativa de la Concejalía de Igualdad del Ayuntamiento de Soria: “Perdona, call me señora” creada por la artista y activista feminista Yolanda Domínguez y que cuenta con la colaboración de artistas como Flavita Banana, Silvia Goetz, Ana Cubas, y María Hesse que han creado los carteles de la campaña.

        Reivindicar que envejecer es algo positivo también para la mujer me parece fundamental. Mostrar que llegadas a una determinada edad somos más fuertes, más sabias y más valientes de lo que muchas de mi generación nos atrevimos a ser de jóvenes me resulta necesario. Y hacer ver que no nos gusta que nos traten como a niñas (o como a tontas) creo que es crucial.

        He leído algunos comentarios por ahí con respecto a este “Call me señora” en los que se quejan del gasto de dinero en algo que es una tontería: otra bobada feminista, pero están tan equivocados… Las palabras, los gestos de día a día, comportamientos que nos parecen normales, sin importancia; unos sobre otros son enormes y conforman las angustiosas redes del patriarcado que nos ahogan a unas y a otros. Que el dependiente te llame “señorita”, “guapa”, “chiqui” no tiene mayor trascendencia pero implica un concepto de mujer del que es imperioso que nos libremos ya.

 

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