Sola

        Amanece y estás sola.

        Paseas por las calles pensando que, entre tanta gente, alguien debería haber que te entendiera, que quisiera pasar un rato contigo, escucharte. Pero nadie te mira. Algunos hasta te empujan al pasar, como si fueras de agua y pudieran atravesarte.

        Estás empezando a perder la esperanza. Ahora eres tú la que no quiere acercarse a nadie. Pasas horas dentro de ti, conversando enfebrecida con tus demonios, pero ya ni un murmullo sale de tu boca.

        Amanece y estás sola.

        Escuchas aquellas canciones. Garabateas en un cuaderno tres palabras. No tienes ganas de peinarte. Al otro lado de la ventana todos parecen más afortunados que tú, más felices. Están juntos. No te das cuenta de que muchos no se soportan, de que se mienten, de que también están solos. Subes la música hasta que no sientes nada.

        Amanece y estás sola.

        Hace días que la mente se nubló. No eres capaz de pensar. Has decidido salir solo de noche. En la oscuridad apenas te cruzas con nadie. Estás sola, pero no encerrada. Estás empezando a ser aire, viento suave, brisa. La luz te molesta. El silencio ayuda.

        Hoy no ha amanecido.

        En las noticias no dan crédito. Han traído a varios expertos que discuten nerviosos, pero son ya las 11,30 y es de noche. Apagas la televisión y te deshaces del teléfono inteligente. Ya en el coche, conduces hacia el sur, buscando el mar. Un mar sin luna. Sonajero de olas oscuras. No sabes cómo ha ocurrido, pero la soledad se ha disuelto suavemente en la sal de sus orillas. Estás en paz. No amanece y no estás sola.