
Es un día tranquilo y no va a pasar nada. Ese decorado de cartón piedra al que llamamos realidad parece estático. Perdura el anticiclón de lo común ya entrado el otoño.
Hablan en las noticias de los muertos en Israel y Palestina y pensamos en si sería mejor poner una lavadora hoy que es fiesta.
Todo va bien. Deberías ser feliz. Otros lo son. No tienes ni idea de la cantidad de cosas que podrían ir mal: una enfermedad, un accidente, cuarenta grados en noviembre, un meteorito…
Tienes todo lo que cualquiera podría desear.
Lo que ocurre es que hay un cable que no conecta bien. No ha conectado nunca. Ese cable cortocircuita continuamente y te ofrece una visión del decorado llena de interferencias, de agujeros y de animalillos macabros asomando por ellos.
El cable chungo te dice que todo es mentira, que falta algo, (aunque nunca sabrás exactamente qué) y que en cualquier momento tu barca chocará contra una pared, como en El show de Truman.
Así las cosas, te mantienes en un estado constante de anhelo, de búsqueda y de melancolía.
Te miras en el espejo por dentro y te sorprende que en tantos años no hayas conseguido liberarte de ese idealismo malsano del Romanticismo, de ese deseo de encontrar un sentido absoluto al mundo, a la vida.
Es posible que sea un defecto de fábrica. No eres más que una yonqui de la emoción, de la pasión y del sufrimiento, para qué engañarnos. Buscas constantemente sentir que quizás podrías entender, que quizás se te está pasando algo que podría darle sentido, pero, en el fondo, sabes que no es así y que lo más probable es que todo sea un gran absurdo.
Miras a tu alrededor y está claro que nadie te entiende. No eres normal. Nunca lo has sido. Es curioso pero es que ni esforzándote con todas tus ganas has sido nunca capaz de encajar. Tus aristas van mutando para que no haya manera de entrar en el hueco, por mucho que el hueco cambie.
A veces piensas que eres patética, ridícula y, desde luego, desagradecida. Sería tan fácil si quisieras. Deja de comerte la cabeza. Disfruta del momento. No intentes entender nada. Acepta y suelta, chiquilla, que la vida son dos días.
Pero eres una yonqui. Una yonqui a la que le gusta ser yonqui. Una adicta al desasosiego. Sturm und Drang, nena. No hay manera.